martes, 28 de febrero de 2012

SME Martin Esparza informe en CFE 28feb12

En un año las pérdidas en CFE subieron 21.4%, y en Pemex, 14.7%

El pasivo de la petrolera llegó a un billón 506 mil millones de pesos, reportó a la BMV

La empresa eléctrica carga un quebranto de casi 600 mil millones de pesos; en 2011 el número de sus funcionarios creció 17.2%; el de empleados, 10%, y el de obreros, sólo 9%

Periódico La Jornada
Israel Rodríguez

Martes 28 de febrero de 2012, p. 28

Las dos principales paraestatales del país, Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) reportaron importantes pérdidas en sus resultados financieros durante el penúltimo año de la administración gubernamental, revelan informes oficiales.

La Comisión Federal de Electricidad registró al cierre de 2011 una pérdida neta de 17 mil 168 millones de pesos, monto que se compara muy desfavorablemente con la utilidad de 809 millones de pesos obtenida en el mismo periodo del 2010. Esta pérdida fue ocasionada por el pago de mayores intereses de su deuda y fluctuaciones cambiarias.

El pasivo total de la denominada “empresa de clase mundial” se incrementó 21.4 por ciento en el mismo lapso, al pasar de 488 mil 545 millones de pesos al concluir el cuarto trimestre de 2010 a 593 mil 227 millones de pesos en el mismo lapso del año pasado.

El pasivo se compone de una deuda por 92 mil 213 millones de pesos a corto plazo y 187 mil 279 millones a largo plazo, diferido de mil 656 millones y reservas de 312 mil 79 millones de pesos.

El aumento de 104 mil 682 millones de pesos en los pasivos totales fue originado principalmente por el incremento de la deuda titulada de 43 mil 968 millones de pesos; por la reserva por beneficios a los empleados de 35 mil 726 millones; por pagos a proveedores de 10 mil 45 millones y por la deuda contratada con privados a través de los proyectos de inversión financiada (Pidiregas) por 8 mil 171 millones de pesos.

Los informes bursátiles estiman que las cuentas de cobro dudoso se incrementaron 7 por ciento en el último año, al pasar de 6 mil 919 millones 818 mil pesos a 7 mil 411 millones 10 mil. Sin embargo, la CFE destacó que la posición financiera de la paraestatal es sólida y sana.

En 2011 el número de funcionarios en la CFE aumentó 17.2 por ciento, de mil 925 en 2010 a 2 mil 258. El número de empleados también se incrementó en 10 por ciento, al pasar de 14 mil 851 a 16 mil 340 en el periodo de referencia. Mientras, el número de obreros fue el que tuvo menor crecimiento, de 9 por ciento, de 45 mil 777 a 49 mil 909 al cierre de 2011.

Después del decreto presidencial de extinción de Luz y Fuerza del Centro (LFC), en octubre de 2009, actualmente la CFE cuenta con 97 mil 363 trabajadores activos: 68 mil 507 son permanentes, 23 mil 233 temporales, 5 mil 623 eventuales y 35 mil 826 jubilados.

Resultados negativos en Pemex

Al concluir 2011 Petróleos Mexicanos (Pemex) aumentó sus pagos de impuestos, derechos y aprovechamientos, continuó con su proceso de descapitalización y profundizó pérdidas, revelan sus estados financieros entregados ayer a las autoridades bursátiles y a los inversionistas de la Bolsa Mexicana de Valores.

Lo anterior contrasta con las declaraciones del presidente Felipe Calderón, quien el domingo durante la inauguración formal de la plataforma Bicentenario, aseguró que la paraestatal alcanzó ya una tasa de más de ciento por ciento en la restitución de reservas probadas, con lo cual se garantiza la producción permanente de hidrocarburos, su viabilidad de largo plazo, y con ello que siga siendo palanca para el desarrollo nacional.

Durante el año pasado Pemex pagó impuestos por 876 mil 15 millones 747 mil pesos, monto superior en 34 por ciento a los pagados en 2010, cuando se ubicaron en 654 mil 140 millones 649 mil pesos.

Lo anterior deriva de los mayores precios internacionales del crudo, impulsados por la incertidumbre financiera prevaleciente a nivel global. Las cotizaciones del petróleo fueron 34.3 por ciento superiores, al pasar de 77.8 dólares a 104.4 dólares barril entre el cuarto trimestre de 2010 y el mismo periodo del año pasado.

En 2011 la empresa más rentable de México obtuvo utilidades brutas por 784 mil 532 millones 426 mil pesos, pero debido a la sangría financiera de la que es víctima, con la onerosa carga fiscal sus utilidades se convirtieron en una pérdida de 91 mil 483 millones 321 mil pesos, cantidad que fue superior en 103.4 por ciento a las pérdidas registradas en 2010, cuando se ubicaron en 44 mil 981 millones 302 mil pesos.

El deterioro propició que el patrimonio o el capital contable de la empresa y sus organismos subsidiarios fuera negativo en 192 mil millones de pesos contra los también negativos de 111 mil 300 millones registrados en 2010.

Los informes oficiales entregados ayer a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV) indican que el pasivo total de la empresa aumentó 14.7 por ciento en el último año, al pasar de un billón 506 mil 498 millones de pesos al cierre de 2010 a un billón 728 mil 212 millones al concluir 2011.

La producción de crudo alcanzó 2 millones 547 mil barriles diarios, monto 0.2 por ciento menor al promedio del cuarto trimestre de 2010, debido a la declinación de Cantarell, demoras en la terminación de pozos y retraso en la contratación de equipos.

También disminuyó 10.5 por ciento el volumen de crudo exportado, que promedió un millón 339 mil barriles diarios al concluir 2011.

jueves, 23 de febrero de 2012

SME Razones del porqué CFE no puede cortar la luz a los usuarios de LYFC

ENCUENTRO INTERNACIONAL DE SOLIDARIDAD


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HISTORIA DEL ESCUDO DEL SME Y SU HIMNO

El fantasma de la lucha de clases


La Jornada.
Adolfo Sánchez RebolledoJueves
23 de febrero de 2012

Dice el historiador Josep Fontana que desde la Revolución Francesa hasta los años 70 del siglo pasado las clases dominantes de nuestra sociedad vivieron atemorizadas por fantasmas que perturbaban su sueño, llevándolas a temer que podían perderlo todo a manos de un enemigo revolucionario” (“Más allá de la crisis”, Rebelión, 8/2/12). En ese extenso periodo los asalariados tuvieron que exigirlo todo: desde la libertad de reunión hasta la jornada de ocho horas o el ejercicio del voto, por no hablar de la contratación colectiva, el derecho de huelga o al “salario digno” al que todavía hoy alude utópicamente la OIT. Son esas “concesiones” las que marcan el progreso, la humanización de las relaciones capitalistas y con ello las formas de convivencia civilizadas más democráticas. La posguerra despertó nuevas inquietudes: la derrota del fascismo fortalecía en Europa al mundo del trabajo, inclinado al socialismo en una sociedad cada vez más polarizada entre dos extremos; pero la inteligencia de los hombres de Estado, que habían aprendido del New Deal –y los recursos a su disposición–, permitió un pacto político social que contuvo el “peligro” comunista, atemperando las desigualdades a favor de las grandes masas mientras crecían la productividad, el consumo y las ganancias del capital. Las cosas salieron tan bien que se creyó que el nuevo orden europeo –el floreciente Estado de bienestar– sería un estadio irreversible, más equilibrado y justo, sin grandes enemigos internos. Sin embargo, la propia guerra fría confirmaba que los temores de fondo del viejo capitalismo anticomunista (y sus actores) seguían presentes, prestos a convertirse en políticas de fuerza y no sólo frente a la amenaza proveniente del exterior.

La vieja pesadilla apenas comenzó a desvanecerse en los años 70, cuando, apunta Fontana, se hizo evidente “que ni los comunistas estaban por hacer revoluciones” ni tampoco podían ganar la guerra fría. La crisis de los años 70 borró del mapa la actualidad de la revolución en los países desarrollados y probó que el Estado soviético, con todo y sus colmillos nucleares, era un tigre de papel sometido a una desconocida enfermedad terminal que acabaría extinguiéndolo. Lo que sigue es historia conocida: los gobiernos de Reagan y Thatcher, luego de la crisis del petróleo, iniciaron la gran reforma neoliberal, cuyo objetivo no era otro que volver a poner sobre sus pies al capitalismo, que buscaba elevar sus ganancias. No sería sencillo desmontar las conquistas laborales y sociales, pero se puso toda la carne en el asador para lograrlo, desde la destrucción del sindicato hasta la reducción de los derechos más emblemáticos. El mundo del trabajo perdió densidad y peso político. Simultáneamente se fomenta el libre comercio, la innovación tecnológica y se “deslocalizan” las industrias, tejiendo un red global que antes no existía. El resultado, apunta nuestro autor, es que los salarios reales bajaron 7 por ciento de 1976 a 2007 en Estados Unidos, y lo han seguido haciendo después de la crisis. En otras palabras, el mundo se hizo aún más desigual que en el pasado.

La euforia antiestatista devino culto obligatorio al mercado y el individualismo hizo parecer ridículas las obsesiones igualitarias del pasado. El éxito de la revolución neoliberal alcanzó el cénit con la caída del Muro de Berlín, presentada como la confirmación absoluta de su pertinencia, de modo que el pensamiento crítico se reduce al mínimo o se queda como expresión testimonial de los sueños utópicos. Es en ese momento cuando surge la “la gran divergencia”, es decir, el proceso que, según Krugman, llevó al enriquecimiento del ya famoso uno por ciento a cuenta del empobrecimiento del resto de la humanidad. Lo extraordinario de esta situación, dice Fontana, es que la gran divergencia no es, como se repite, el resultado lógico, fatal, de la actividad del mercado, sino una construcción política puesta en juego para fortalecer, justamente, el peso específico de las grandes empresas que usan al Estado y la ley para reciclar sus privilegios. Dicho de otro modo, más allá de la crisis y sus secuelas, estaríamos ante una “transformación a largo plazo de las reglas del juego social”, que afirmaría el poder del uno por ciento frente a la precarización universal del trabajo. Atrás quedaría “una época caracterizada por la esperanza y el potencial tecnológico” y se instalaría una “nueva era de desigualdad”, gobernada por una oligarquía financiera. El resultado, hablando de Europa en particular, sería –según Fontana– “un golpe de Estado oligárquico en que los impuestos y la planificación y el control de los presupuestos están pasando a manos de unos ejecutivos nombrados por el cártel internacional de los banqueros”.

La dureza de las políticas de austeridad, los ataques a los derechos sindicales en España, la represión creciente a las disidencias “indignadas” en el globo entero, en fin, la crueldad del ajuste impuesto a Grecia, son ejemplos de hasta qué punto los grupos dirigentes actúan convencidos de que pueden imponerse sin desatar una situación de permanente ingobernabilidad haciendo irreversibles o permanentes las medidas adoptadas contra la crisis. Pero en este punto se olvidan de lo que los clásicos ya sabían antes de Marx: la lucha de clases existe.