miércoles, 13 de julio de 2011

El fantasma de Franco en la Academia


Opinión
La JornadaJavier Aranda Luna

El fantasma de Francisco Franco sacude a España. Su fantasma o sus heraldos negros. Si nos atenemos a la más reciente historia oficial española, Francisco Franco no fue un dictador. El Generalísimo”, como le gustaba que le llamaran, “Montó un régimen autoritario, pero no totalitario”.

Según el Diccionario Biográfico Español que ha costado al erario de aquel país 6.4 millones de euros, Franco “se hizo famoso por el frío valor que sobre el campo desplegaba” y no por las miles de ejecuciones que ordenó; por sus nexos con Hitler y Mussolini; por su gusto de fusilar escuelas (sí, mandaba fusilar edificios escolares); ni por los cientos de exiliados que abandonaron su país para huir de la muerte.

El académico Luis Suárez, encargado de la biografía que ha escandalizado a buena parte de la intelectualidad española, parece ignorar que un régimen autoritario es el que “ejerce el poder sin límites”… como cualquier totalitarismo, si nos atenemos a las definiciones del Diccionario de la Real Academia Española. Y si Francisco Franco ejerció el poder sin límites, al grado de ejecutar a sus opositores, impedir la libertad de expresión y tratar de decidir asuntos tan de la vida privada como el derecho a la sexualidad y a la maternidad, el suyo fue un régimen totalitario como el de sus aliados Hitler y Mussolini o como el de Pinochet y Stalin. Qué sangrienta paradoja: Franco y sus secuaces para combatir al comunismo terminaron haciendo lo mismo que personajes como Stalin: alimentarse todos los días con un plato de sangre.

Pero si somos justos debo apuntar que el fantasma de Franco no es una presencia nueva en la sociedad española. Es el mismo que combatió a quienes quisieron conocer el paradero de los muertos durante los años de la dictadura, el que impidió que hace pocos años se removiera la última estatua ecuestre del dictador, el que mantiene sus despojos en un monumento, en el “Valle de los caídos” y el que impidió que muriera como sus aliados Hitler y Mussolini.

Lo sabemos: el primero se suicidó ante el terror de su inminente caída mientras que el segundo fue ejecutado y colgado de los pies en una plaza pública (igual que como el fascista italiano hiciera con sus enemigos). Franco en cambio, a diferencia de ellos, murió en su cama como muchos ancianos: lleno de achaques, con úlceras y flebitis, problemas cardiacos, Parkinson, dolores dentales, urea en la sangre y conectado a numerosos aparatos para mantenerlo vivo.

Tan controvertido ha resultado el perfil biográfico de Franco publicado por la Real Academia de Historia, que cientos de profesores han pedido que se corrija el texto de cinco páginas preparado por Suárez. Otros como Vargas Llosa la han considerado una vergüenza financiada con dinero público y el director de la Real Academia de historia Gonzalo Anes asegura no haberla leído antes de su publicación.

Si la obra se habrá de corregir como parece, tal vez convendría incluir en la ficha biográfica del dictador su inventario oscuro: los muertos y desaparecidos de su régimen y los nombres de los exiliados que como María Zambrano, León Felipe, Luis Cernuda, Max Aub, Luis Buñuel, Enrique Diez Canedo, Joaquín Xirau, José Gaos y el recientemente fallecido Adolfo Sánchez Vázquez, quienes dejaron su tierra para huir de la muerte.

La corrección del diccionario tendría un doble significado: reivindicar el rigor intelectual y mostrar a quienes la consulten que los totalitarismos de cualquier índole sólo dividen a las sociedades y las bañan de sangre; que la mezcla religión-milicia como forma de gobierno es una pesadilla y que no hay seguridad sin libertad, como fue evidente en el régimen franquista. Para que cualquier Estado cumpla con su principal responsabilidad, que es garantizar la seguridad de sus ciudadanos, debe mantener como ingrediente esencial la libertad. Sólo con libertad la seguridad puede ser segura.